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diumenge, 26 de febrer del 2017

Sorpreses en la JAM LITERÀRIA

Dins de l'Espai Literari, s'apleguen diverses entitats, col·lectius, persones, que ofereixen el seu art, la seva col·laboració, la seva programació.

Una d'aquestes programacions és la JAM LITERÀRIA, que te lloc l'últim divendres de cada mes, a les 21 hores, a la planta veïnal de CALABRIA66.

Sílvia Suárez
El proppassat divendres, la programació JAM, va ser oberta per l'argentina SÍLVIA SUÁREZ, i és la mateixa Silvia Suárez que dirigeix el CLUB DE LECTURA de Calàbria66.

Sílvia ens va oferir la lectura d'una seva narració breu, que ens va agradar,i no ens podem resistir a publicar-la en aquest blog, tot i que no és el nostre costum, ja que demanem que siguin els propis autors el qui publiquin aquí.

Com a excepció, doncs aquí teniu aquesta història que ens fa estremir, tota vegada que Sílvia ens afirma que és un episodi real i biogràfic, corresponent als seus avantpassats, La narració passada de pares a fills, oralment, ha estat finalment passada al paper per aquesta descendent, i, ens va explicar que el destinatari principal d'aquest fet, havia estat un seu fill petit, que en una oportunitat, al preguntar-li quin regal volia, va contestar:  "Quiero una abuela"

Sílvia li va explicar que havia tingut abuela, i havia tingut bisabuela, i tatarabuela, encara que no les arribés a conèixer, i, perquè no se n'oblidés mai, li va posar la història per escrit.

És aquesta:

Alrededor de 1860, los Echegaray vivían en Jachal, San Juan. Que yo sepa, eran tres. Si eran más no importa porque no tienen papel en esta historia. La familia estaba formada por una madre viuda y su hija pequeña, María Jesús. Con ellas vivía también el hermano de la viuda, Valentín, un jovencito delgado y elegante.
Una noche llegó el malón. Se llevaron a María Jesús y Mercedes Echegaray lloró por la pérdida de su hija. La vida siguió su curso y años más tarde, hacia 1870, el ejército, después de exterminar a los indios de una toldería, volvió con la joven María Jesús. Traía los talones descarnados, tratamiento que los indios aplicaban a sus cautivos para que no pudieran huir, y una niña en brazos. La familia celebró la vuelta de la joven, pero lamentó la existencia de la niña. 

María Jesús hablaba un español de palabras sueltas, se sentaba en cuclillas y se mecía al son de extrañas melodías, observada por su tío, fascinado por esa joven india blanca. Y ella lloraba y lloraba, musitando palabras ininteligibles. ¿ Sufría ella de amor perdido? ¿O tal vez lloraba porque su entorno convirtió a la víctima en paria?

Poco tiempo después, la joven María Jesús entró una noche en la habitación de su tío, con el bebé, envoltorio pequeño y blanco. Con mucho cuidado depositó el suave bulto al lado del joven y, silenciosamente, desapareció. Dicen que ella le indicó silencio con el dedo sobre la boca antes de cerrar la puerta al salir. Valentín se quedó transportado sin entender y, cuando reaccionó, corrió detrás de su sobrina. Ella se alejaba cojeando hacia el oeste, en busca de las montañas que le habían hecho perder su hablar cristiano. No se sabe si Valentín la alcanzó, ni si hablaron. El hecho es que ella se perdió en la cordillera, buscando, la cara mojada, las huellas de su amor perdido. O quizás su lugar en el mundo. 
La niña mestiza, Dolores, era mi abuela. Eso quiere decir vuestra bisabuela y tatarabuela.

El tío Valentín fue fiel a la historia de su sobrina y la relató una y otra vez a sus nietas, para que no olvidaran, para que estuvieran orgullosas de pertenecer a la tierra, para que supieran que sus ancestros habían habitado altivos nuestras montañas, para que supieran que el epicanto de sus hermosos ojos tenía historia detrás y que ellas, hijas de un matrimonio sin amor, eran, tal vez, el fruto de un amor absoluto, sin límites, grabado para siempre en un río de estrellas que seguían los rastros de su abuela.

Así que yo, queridos míos, soy biznieta de un indio tal vez huarpe, tal vez diaguita,  tal vez feroz y violento, quizás bruto como un  arado, o suave, dulce y mágico. Y de una jovencita en que no sólo perdió la carne de sus talones, sino también su habla y su identidad de blanca por él.

Desde aquí, ya no puedo seguir la estela de estrellas que me llevan a mi bisabuela. Pero puedo explicarles a mis nietos y a todos los descendientes por venir, que ellos tienen raíces del otro lado del mundo.

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Felicitats, Sílvia, en ha agradat molt!



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